Ambivalencia afectiva: Qué es, peculiaridades, y cómo nos perjudica

Los seres humanos somos animales extraños. Somos esa clase que puede sentir conmuevas contrarias al unísono y hacia una misma cosa. Tenemos la posibilidad de odiar y querer a alguien al tiempo, sentir aprecio y decepción con lo que han hecho nuestros hijos, ilusión y tristeza en un mismo instante…

Pasamos de un radical al otro en cuestión de segundos, siendo receptáculos de la coexistencia de 2 emociones tan contrarias que nos sorprende que las podamos vivir al unísono e, aun, alguno puede preocuparse: ¿Quizá esto es un inconveniente? ¿Será eso que llaman trastorno bipolar?

Todos lo hemos vivido, despreocúpate. Se llama ambivalencia afectiva, un fenómeno psicológico tan normal y humano como la experiencia de cualquier otra emoción separadamente. Descubramos qué implica y si puede traer consigo algún problema.

Índice
  1. ¿Qué es la ambivalencia afectiva?
  2. Características que definen a la ambivalencia en psicología
  3. La indecisión nos produce malestar...

¿Qué es la ambivalencia afectiva?

La ambivalencia cariñosa es un estado sensible complejo, en tanto está conformado por sentimientos, opiniones y también ideas contrarias. La contradicción, la tensión y la indecisión son ocasiones que acompañan a este fenómeno.

Un buen ejemplo de esta situación es cuando sentimos un enorme aprecio hacia un buen amigo pero que, últimamente, nos hizo daño aunque fue sin querer. No debemos dejar de quererle pues tomamos en cuenta todo lo bueno que ha hecho por nosotros, pero tampoco nos desvinculamos del rencor y el odio que ha despertado en nuestro interior su mal gesto. Se nos ha clavado una espinita.

Pero... ¿Es normal sentir esto? ¿La ambivalencia cariñosa trae consigo algún inconveniente? En principio, no nos debemos preocupar por sentir al mismo tiempo conmuevas contadictorias, pero sí prestarles atención. Es una parte de nuestra naturaleza vivir las ocasiones en las que no entendemos muy bien de qué manera accionar, con indecisión, tensión e indecisión. La vida nunca es lineal, monótona ni unipolar, y mucho menos un sendero de rosas.

Cada día nos enfrentamos a una situación muy compleja, en la que un mismo elemento, sea persona, cosa o situación, puede despertar en nosotros emociones positivas y malas intenciones.

Ambivalencia afectiva

Características que definen a la ambivalencia en psicología

Todos los seres humanos presentamos ambivalencia cariñosa en algún instante de la vida, sufriendo y disfrutando de todo género de vivencias a la vez. Al tratarse de una experiencia sensible bastante complicada, de primeras, lo que entendemos un poco del tema de las emociones se nos viene a la mente los nombres de grandes referentes en el abordaje científico de las emociones, entre ellos Paul Eckman o Daniel Goleman. Sin embargo, esta emoción hace un buen tiempo que parece que lleva siendo estudiada, al menos desde principios del siglo XX.

Pero la primera descripción actualizada de lo que llamamos “ambivalencia afectiva” se la atribuimos a alguien que también tiene el mérito de haber acuñado términos como “esquizofrenia”, “esquizoide” y “autismo”: Eugen Bleuler. Este psiquiatra suizo (y eugenista, dicho sea de paso) habló de la ambivalencia afectiva como un estado de conflicto de emociones, en donde se experimentan pensamientos y conmuevas opuestas, como el cariño y el odio.

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Sin tener en cuenta las controversias sobre su persona, la conceptualización de Bleuler de este tipo de ambivalencia ha hecho que el campo de la psicología se haya interesado mucho sobre de qué forma se da en nuestra especie, ya que es un fenómeno que representa muy bien nuestra complejidad emocional y cognitiva. Fué de especial interés en el campo de la psicología social, ya que es recurrente que se dé en las relaciones cariñosas de todo tipo, tanto con familiares como con amistades.

Un caso de muestra de ambivalencia cariñosa la podemos consultar en algunas mujeres que acaban de ofrecer a luz, que están pasando por el puerperio. Adoran a su bebé recién nacido pero, el mal físico que sienten, la alta demanda y dependencia que piensa el pequeño y la indecisión de no entender si van a estar a la altura más allá de que desean a su hijo provoca que experimenten un amplio abanico de emociones, entre las que podemos encontrar agotamiento, inocencia, rechazo, amor, odio, esperanza y miedo. Los primeros meses cuidando a su hijo son duros.

Pero asimismo tenemos la posibilidad de verla en situaciones comunes, más mundanas y sin que hayan otras personas implicadas. Sentimos ambivalencia afectiva cuando vemos un conjunto muy fashion en el escaparate de una tienda, observamos su precio y, más allá de que lo deseamos, entendemos que si nos gastamos ese dinero no vamos a poder ahorrar.

Otro ejemplo sería querer dejar un trabajo que nos quema pero sentir temor dejarlo por el hecho de que supondría entrar en el paro y no saber cuándo volveríamos a tener un salario fijo, aunque continuar en el empleo actual nos suponga bastante malestar.

La indecisión nos produce malestar...

La ambivalencia afectiva trae consigo siempre y en todo momento cierto malestar, cuyo nivel relaciona directamente con la importancia de la cuestión que nos genera amor y odio y lo intensas que sean las emociones durante el proceso. Las indecisiones y contradicciones no se llevan muy bien con nuestro cerebro, de hecho, lo agotan emocional y cognitivamente. A pesar de que la vida no es unilineal, lo cierto es que nos gustaría que siempre y en todo momento lo fuera y claro, cuando no es así, nos hace irritación.

Hay situaciones en los que las disonancias son tan inmensas que nuestra salud mental no puede eludir verse perjudicada, cuando menos en un corto plazo. Pensemos en una persona que desea dejar a su pareja, con quien ha estado viviendo durante muchos años. Son muchas las preguntas que se pasan por su cabeza, haciéndole pensar en lo bueno y lo malo que podría pasar, pero también en lo bueno y lo malo que ya está pasando: “¿Y si lo dejo y no vuelvo a localizar a nadie?” “¿Si rompo seré mala persona?” “Es que hizo tantas cosas por mí… ¡Pero el pasado día no fregó los platos por enésima vez y ahora estoy harto!

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Pasar de un lado al otro crea bastante desgaste y consume mucha energía. Tanto que hasta tenemos la posibilidad de quedarnos bloqueados en pleno desarrollo de pasar de un radical a otro. Pasar de sentir un enorme amor y afecto hacia alguien para pasar en cuestión de segundos al odio, la rabia y el rechazo nos confunde y hasta puede hacernos pensar que algo en nuestra mente no anda bien que, aunque insistimos que no posee por qué ser nada malo, la persona que lo vive puede verlo como un sentimiento tan abrumador que le dé temor.

Pero terminamos decidiéndonos

La ambivalencia cariñosa es homónimo de contradicción y eso se vive y siente como algo malo, pero realmente podemos encontrar algo positivo en ella. Esta contradicción nos ayuda a aclarar, a buscar inconvenientes y ventajas ante una cierta situación y, una vez hemos sacado algo en claro de ello, nos impulsa a decidir. Otras veces lo que pasa es que empezamos a quitarle importancia a lo malo y le vemos más lados positivos a lo que estamos viviendo, como es el caso de muchas madres que acaban de dar a luz que, con el pasar de los años, solo pueden ver con positivos puntos de vistas a su hijo.

La ciencia semeja que da la razón a esta idea. En una investigación de 2013, la doctora en administración de compañías Laura Rees concluyó que la ambivalencia afectiva estimula la autoconciencia y la toma de resoluciones. El malestar que nos genera la contradicción nos incentiva a llevar a cabo algo, aplacando la duda y intentando de solucionar la situación en la que nos encontramos. Se ha visto que las contradicciones socias a estos sentimientos pueden potenciar la creatividad, haciéndonos buscar nuevas vías de pensamiento y optando por respuestas más auténticos para poder ver si nos sirven para resolver la situación.

La ambivalencia afectiva puede ser adaptativa, ayudándonos a enfrentarnos a esa enorme pregunta: ¿qué es lo que deseo? Por eso, y a modo de final de este producto, en el momento en que nos hallemos en la bifurcación personal y no sepamos por cuál sendero tirar, merece la pena detenerse, pensar reflexivamente qué es lo que deseamos llevar a cabo y meditar las ventajas y desventajas de nuestro accionar. Son muchos los fallos que se tienen la posibilidad de cometer en el momento en que no contamos visibles las cosas y, por eso, antes de exponernos, escuchemos qué argumentos nos dan nuestro “yo” enfadado y nuestro “yo” contento, a ver quién lleva razón.

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