El síndrome 'wanderlust', la obsesión por viajar ¿También la sufres?

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De la combinación de los términos alemanes wandern (caminar) y lust (deseo) surge wanderlust, un síndrome —sin entidad clínica— que hace referencia a la pasión por viajar que puede derivar en obsesión, provocando un anhelo permanente que ningún viaje puede saciar.

Hablamos con la psicóloga —y viajera— Pepa Sánchez de Viajes Terapéuticos sobre el síndrome wanderlust. ¿Y si ese espíritu aventurero tuviese una explicación genética?  

Índice
  1. Espíritu ‘wanderlust’, la inquietud viajera 

Espíritu ‘wanderlust’, la inquietud viajera 

Bola del mundo - Fuente: Pexels
Bola del mundo – Fuente: Pexels

No importa que el destino sea Albacete o Gambia, preparas con mimo todos tus viajes que vives como acontecimientos únicos. Y durante el viaje de vuelta a casa ya preparas el siguiente. Tal vez tengas el síndrome wanderlust, esa pulsión viajera que se interpreta como una necesidad acuciante: el viaje no son solo unas vacaciones, es un nutriente esencial para el espíritu. Porque no todos los viajeros somos iguales.

“Existen personas con inquietudes viajeras diferentes, algunas lo quieren por descanso y otras por necesidad de vivir experiencias nuevas, salir fuera de su zona de confort, aprender… También hay personas a las que no les interesa especialmente”.  

En este sentido, para la psicóloga Pepa Sánchez, las personas con síndrome wanderlust se vincularían al rasgo de personalidad de apertura a la experiencia dentro del modelo de personalidad de los cinco grandes: aquellas personas en las que facetas como la imaginación activa, la curiosidad intelectual o la sensibilidad estética están especialmente presentes

¿Y si el viaje se convierte en obsesión? ¿Y si ningún viaje es suficiente? 

Viajera - Fuente: Pexels
Viajera – Fuente: Pexels

“Estaríamos hablando de una insatisfacción constante” —matiza Sánchez—, “una adicción a querer constantemente tener la sensación de novedad, euforia o adrenalina que le provoca viajar”. 

Pero no hay que olvidar que “es imposible de mantenerlo a nivel fisiológico, el cerebro no puede estar expuesto constantemente a la novedad y, cuando lo está, lo convierte de alguna manera en algo cotidiano”. Y es que “a medida que se descubren y aprenden más cosas en la vida, las personas vamos perdiendo parte de la capacidad de sorpresa inicial porque, por definición, nos sorprendemos ante lo inesperado”. 

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Para explicar cómo cambia la noción de viaje con la experiencia, Pepa Sánchez expone las sensaciones que vivió en uno de sus viajes: “hace años yo estuve viajando nueve meses y la sensación inicial no se mantuvo a lo largo de todo el viaje, sino que, a medida que pasaba el tiempo, cambiarse de lugar, encontrar sitios nuevos era lo que se convertía en rutina y el cuerpo a veces me pedía lo contrario: parar y encontrarme con algo conocido varios días seguidos. Como cualquier proceso duradero en el tiempo los viajes tienen etapas diferentes”. 

El síndrome ‘wanderlust’ y el gen migratorio: ¿Predisposición genética a viajar? 

Una mujer señala al cielo - Fuente: Pexels
Una mujer señala al cielo – Fuente: Pexels

Un estudio de la Universidad de California en Irvine en Estados Unidos publicado en 1999 fue el primero en vincular la variante 7R del gen DRD-4 encargado de regular los niveles de dopamina con la historia de las grandes migraciones humanas.  

Tras recopilar la frecuencia de esta variante genética en más de 2.300 personas de 39 poblaciones diferentes sobre el patrón de migración de estos grupos en comparación con las poblaciones sedentarias, se encontró una correlación entre la distancia migratoria y el alelo DRD4 de siete repeticiones (7R).  

De hecho, este estudio acudía a otras investigaciones precedentes que ponían en relación este gen con el rasgo de personalidad de búsqueda de novedades con tendencia a la hiperactividad, la inquietud, la curiosidad y la toma de riesgos tal y como mencionaba Pepa Sánchez, aunque también se ha relacionado con los trastornos mentales como la esquizofrenia o el TDAH.

Recordemos que la dopamina está vinculada al placer, a la motivación y a la recompensa. Si la variante 7R del DRD4 supone que el individuo tiene menos reactividad neuronal y es menos sensible a la dopamina supondría que necesita “más” para satisfacerse, para encontrar placer y motivación, por lo que sería capaz de asumir más riesgos… migrando a otras partes del planeta para encontrar su lugar y serenar su espíritu explorador.  

Pese a que otros estudios han matizado este supuesto gen migratorio y que el espíritu viajero o wanderlust se explique genéticamente es más que dudoso desde un punto de vista científico, Pepa Sánchez no lo descarta, aunque incluyendo otro tipo de influencias: “cualquier comportamiento tiene una base biopsicosocial y eso quiere decir que influye la genética, influyen las experiencias previas y el entorno social. Así como el contexto acaba influyendo y modificando también los genes, no hay más que ver la epigenética”. 

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La faceta terapéutica del viaje 

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Horizonte – Fuente: Unsplash

La inquietud de viajar no conlleva ningún riesgo en sí mismo, incluso aunque la persona no logre responder a ese anhelo”, señala Sánchez, aunque el viaje tampoco sea una solución para según qué problemas. No obstante, aquellos que se sientan cercanos al espíritu wanderlust pueden estar tranquilos, no se trata de una categoría clínica, sino que está más bien definido como síndrome por tratarse de un conjunto de rasgos o características distintivas que se presentan juntas en un individuo.

En este sentido, también se diferencia del fernweh porque este no solo supone un deseo acuciante de explorar, sino también de huir, poniendo el foco en el desarraigo. De cualquier forma, estés a un lado u otro del espíritu viajero, viajes por pasión o por desencanto con lo que dejas atrás, el viaje puede tener un considerable valor terapéutico.  

He tenido pacientes que tras un viaje en solitario han tenido un chute de autoestima y autoconfianza al haberse visto capaces de enfrentarse a muchas situaciones con éxito. Esa experiencia generó un salto grande en esa área que estábamos trabajando y permitió avanzar mucho en el proceso terapéutico al respecto, pero no resolvió la problemática ni en su totalidad ni a largo plazo”.   

Y es que como dice Pepa Sánchez, el viaje puede ser terapéutico, pero no sustituir la terapia: “Ganar en confianza en un contexto de viaje no hizo que esas personas tuvieran por ejemplo mejor autoestima corporal o no les solucionó la dificultad para poner límites a su entorno”. Así pues, el viaje siempre puede ser parte de la solución, pero no la solución en sí misma, aunque tengas espíritu wanderlust… o el gen migratorio. 

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